15/Febrero/2021.
“El que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. El que recibe a un profeta por cuanto es profeta, recompensa de profeta recibirá; y el que recibe a un justo por cuanto es justo, recompensa de justo recibirá. Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa.”
Mateo 10:40-42 RVR60.
Como seguidores de Cristo, siendo instruidos en la sana doctrina, sabemos bien que debemos actuar siempre de manera justa, sobria y piadosa, aguardando la manifestación de Jesucristo (Tito 2:12-13). Y así cumplir con nuestro deber aquí en la tierra. Pablo en la carta a los romanos nos habla de todas estas cosas que debemos hacer para presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios (12:1). Aquí el apóstol toca el tema de la hospitalidad como parte de los “Deberes Cristianos” (12:13), y de esta forma nos lleva a la práctica piadosa de compartir de lo mucho que Dios nos da y participar activamente de las necesidades de otros.
La hospitalidad en sí misma no es parte del fruto del Espíritu (Gálatas 5:22) pero es en definitiva una virtud que proviene de parte del corazón Dios. La Biblia nos menciona diversos casos en los que la hospitalidad se practicó por parte de diferentes personas: Abraham y Sara (Génesis 18:1-3), Lot (Génesis 19:1-2), Gedeón (Jueces 6:11-24), y Manoa (Jueces 13:6-20), todos ellos hospedaron mensajeros de parte de Dios y es interesante notar el común denominador entre todos ellos: el ser discípulos. Y dentro de este estado activo en el que se desarrolla el ser un discípulo, es entonces que encontramos la forma en la cual la hospitalidad viene a ser el fruto de un caminar continuo con Cristo (Mateo 10:40-42).
Ahora bien ¿Qué nos lleva a abrir las puertas de nuestra casa a otros? No estamos equivocados cuando relacionamos la hospitalidad con el ser buenos anfitriones de nuestra propia casa. Lo hemos visto antes, todo puede ser tan simple como dar un vaso de agua fría a alguien que lo necesita, pero nada fuera de Dios nos puede llevarnos a actuar de esta manera, porque a todo esto le precede el amor, y sabemos que Dios es amor (1 Juan 4:8). De esta manera, si Dios tiene un rol activo en nuestras vidas, nosotros por consecuencia tendremos amor para con otros, mayormente para aquellos que comparten nuestra fe (Gálatas 6:10).
El ser hospitalarios nos lleva a ayudar a nuestro prójimo en necesidad teniendo comunión con él. Pero las cosas cambian cuando la necesidad que se tiene es la de la comunión, y más en estos últimos tiempos que nos ha tocado vivir, según el apóstol Pedro:
“Más el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración. Y, ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados. Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones.” - 1 Pedro 4:7-9.
Puntualicemos aspectos importantes de este versículo. Cuando se refiere a que “el amor cubrirá multitud de pecados” (1 Pedro 4:8) sabemos que no habla de la acción que llevó a cabo Cristo en la cruz, porque él no cubre el pecado, Cristo quita el pecado (Juan 1:29), entonces sabemos que hace referencia al amor que tenemos unos por otros. Después nos incita a ser hospedadores “sin murmuraciones” y a mí en lo personal me gusta acompañar a este versículo con Mateo 12:34 “… porque de la abundancia del corazón habla la boca”.
¿Qué abunda en nuestro corazón? O mejor dicho ¿Quién abunda en nuestro corazón? Dejemos que el Señor desarrolle en nosotros la virtud de la hospitalidad para tener una comunión correcta en estos tiempos de necesidad. Que Dios sea siempre el motivo de nuestras acciones, porque ciertamente debemos hacerlo todo como para ÉL (Colosenses 3:23) porque fuimos hechos para alabanza de su gloria (Efesios 1:12).
Brenda Álvarez.
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