25/Febrero/2021.
“Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; Más me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, Como en el rollo del libro está escrito de mí.”
Hebreos 10:5-7.
La carta a los Hebreos es un libro magnífico, su tesis principal es: Jesús es superior. El Hijo de Dios es superior a los ángeles, los mensajeros de Dios y por lo tanto superior a cualquier mensaje anterior. Es superior también a Moisés y a todo el sistema de la ley. Es superior al sacerdocio de Aarón, el primer sacerdote. También es superior a cualquier sacrificio que con anterioridad se había promulgado. Jesús es mejor, es superior a todo lo que había anteriormente. Los judíos estaban acostumbrados a agradar a Dios por medio de sacrificios, los había para el pecado y para agradecer, algo que hoy día venimos arrastrando, pero claro, desde una costumbre evangélica.
Pero el plan de Dios era que ese sistema de sacrificios era solo una sombra que representaba algo mucho mejor, como es de esperar eso mejor es Cristo. Y como si ese hermoso salmo hubiera sido dicho por Jesús mismo al venir al mundo dice:
“Sacrificio y ofrenda no quisiste”
y
“Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron”
(Una figura poética común en los salmos es repetir la misma idea con otras palabras en la siguiente línea) Pues a Dios nunca le satisfizo la muerte de los animales ofrecidos, pues eso nuca podría borrar los pecados, ni reconciliar al hombre con Dios:
“Más me preparaste cuerpo.”
He aquí el misterio revelado, que el Hijo eterno de Dios se haría de un cuerpo para poder agradar al Padre en todo eso que los sacrificios de corderos y becerros nunca lograron:
“He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, Como en el rollo del libro está escrito de mí”.
La voluntad de Dios expresada en la ley se dirigía en la persona misma de Jesucristo, pues ÉL cumpliría la voluntad de Dios verdaderamente. Anunció el reino de Dios, se ofreció como sacrificio, en sus sufrimientos y muerte se pagó el precio del pecado, de modo que nunca más se necesitará otro sacrificio pues su muerte cumplió perfectamente la justicia.
Es hermoso saber que no tenemos necesidad de hacer más sacrificios para agradar a Dios, que tampoco Dios se agrada en que el creyente se aparte de su prójimo para ser más santo, o que no celebremos tal o cual ocasión, abstenerse de ciertos alimentos o bebidas, o cualquier otra cosa que tengamos como nuestros “sacrificios cristianos” nada de eso agrada verdaderamente a Dios, él se agrada únicamente en Jesucristo. Cristo cumple plenamente la voluntad de Dios, pero ¿Cómo es eso importante para mí? ¿Qué habla esto a mi vida? Podemos comenzar con volver a ver el evangelio de la salvación; que solamente en Cristo hay salvación, que poniendo nuestra fe en él es que somos salvos. Algo que siempre es bueno recordar. Pero hay algo más, las enseñanzas no son solo máximas doctrinales, sino también instrucciones pastorales y en ese salmo que Jesucristo habla también el creyente puede saber que Dios no se complace en lo que nosotros hacemos o dejemos de hacer, sino que en Cristo y junto con él podemos decir:
“He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad”.
Pensar que nuestras ofrendas y sacrificios a Dios pueden agradarlo es pensar como los fariseos que con la boca alababan a Dios pero el corazón lo tenían apartado de ÉL. No es lo mismo hacer obras para agradar a Dios, que entregarnos a la voluntad de Dios, sabiendo que ya complacemos a Dios por medio de Jesucristo. Este es un llamado a la santidad bien entendida, Dios se agrada en Cristo y cuando los creyentes vivimos en comunión y en cercanía con Jesús es que hacemos la voluntad del Padre, Dios no quiere obras rituales y una religiosidad frívola, quiere nuestra vida entera y está en la fe en Jesucristo y en un caminar constante con ÉL.
Aplicaciones:
- Analiza sí en tu vida has querido complacer a Dios con tu propia bondad o sí has pensado que a Dios hay que satisfacerlo, Cristo ya agrado a Dios con su vida y sacrificio y nos ha reconciliado y puesto en la relación correcta con Dios Padre. Entonces solo agradece.
- Comprende que la verdadera santidad no es igual a hacer cosas buenas y abstenerte de las que crees malas, sino estar consagrado a Dios, por tanto estando y caminando con Cristo es que somos santos, pues no hay otro mediador ni otro camino.
Daniel Ávila.
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